lunes, 9 de febrero de 2009

Perdida

- Marian, niña ¿dónde vas? ¡Marian! ¡MARIAN! – la voz de la señora Martha se confundía con el ruido de sus pies al golpear el suelo durante su carrera.

No podía parar, solo quería correr lo más lejos y rápido posible de ese lugar, pero parecía que cada paso que daba era más doloroso que el anterior. Las imágenes pasaban veloces antes sus ojos que, cubiertos de lágrimas, eran incapaces de reconocer lo que había a su alrededor. No fue consciente de cómo y por qué lo hizo, pero se detuvo, dejando reposar su cuerpo entre las raíces de un árbol.

El esfuerzo que había realizado la hizo jadear y sus oídos pulsaban en un intento de llevar la sangre a su cabeza, que apoyo sobre sus rodillas dejando salir todo el dolor que sentía.

Apenas fue consciente de que pasado un rato, el cielo la acompañó en su llanto.

Robin observaba inquieto la actividad del hogar del Sheriff de Nottingham en un intento de encontrarla. Su padre se encontraba fuera, en uno de sus tantos servicios al rey, de ahí a que a él le correspondiera acompañar a su madre para presentar las condolencias por la muerte de la madre de Marian.

- Señor, la señorita Marian aun no ha vuelto y está lloviendo y pronto anochecerá. Temo que no esté en condiciones de regresar sola a casa – murmuró Martha a un compungido Edward que era incapaz de moverse de al lado de su mujer – Señor, ¿me ha oído?

- Ya volverá, es una buena niña - respondió de forma incoherente.

Robin buscó la mirada de Martha, sin ser consciente de que se había movido nada más escuchar el nombre de Marian, una mirada que lo inquietó aun más que sus palabras. Con un gesto acordaron reunirse fuera de la sala para poder hablar con calma.

- No te preocupes, reuniré un pequeño grupo y saldremos a buscarla ¿hacía dónde se ha dirigido exactamente? – dijo Robin abrazando levemente a la rechoncha cocinera, en un intento de apaciguarla más allá de sus palabras.

- Salió por detrás directa hacía el bosque - respondió Martha algo más tranquila – Se fue nada más conocer la noticia.

Una vez fuera se acercó a los barracones para organizar entre sus compañeros un pequeño grupo de búsqueda. Aunque algo en su interior le decía donde podía encontrarse ella, no quería arriesgarse a que ella estuviera más tiempo completamente sola en el bosque si podía evitarlo.

Rápidamente organizó al grupo por parejas y les asignó una zona del bosque donde deberían buscar, dirigiéndose él mismo directamente hacía el claro donde se habían reunido alguna que otra vez para practicar o simplemente charlar.

La lluvia comenzó a caer con más fuerza, volviendo inútil el poder llevar cualquier tipo de antorcha que lo guiara por el camino. Por suerte, había hecho del bosque su segundo hogar, y era capaz de moverse por él guiándose por el recuerdo. A medida que iba avanzando vio pequeños rastros, como ramas partidas o pisadas sobre pequeños arbustos, que la lluvia aun no había conseguido borrar, que le indicaban que iba en buen camino.

A medida que iba avanzando su mente no dejaba de pensar en ella, en los ratos que habían pasado hasta que casi había acabado usando el arco también como él mismo, en las pequeñas bromas que siempre conseguían enfurecerla al principio para poco después echarse a reír, un sonido que para él competía con el canto del pájaro más melodioso de toda Inglaterra. Pero hoy no había lugar para las risas, y algo le decía que tardaría en volverla a escuchar.

Ya había oscurecido por completo cuando por fin llegó al claro y pudo verla acurrucada entre las raíces del árbol que dominaba el claro.

- Marian, ¿me escuchas? – Robin se arrodilló enfrente de ella – Vamos pequeña, hay que salir de aquí – siguió mientras colocaba ambas manos sobre su cabeza y la instaba a levantarla con suavidad. Apartó el pelo húmedo de su cara para que ella pudiese verlo con claridad, pero sus ojos parecían vacíos, sin vida, y sus labios ya presentaban un tono morado, signo inequívoco de que debería entrar pronto en calor si no quería que se la llevaran las fiebres.

- Vamos, levántate, estás helada – siguió susurrándole Robin mientras que la ayudaba a levantarse y le colocaba su propia capa de piel para protegerla de la lluvia - ¿Puedes andar? – su pregunta quedó respondida cuando tubo que atraparla para evitar que fuera al suelo después de soltarla.

Pasó uno de sus brazos por detrás de sus rodillas y dejó el otro tras su espalda. Con un movimiento casi inconsciente, Marian rodeó con sus brazos su cuello y reposó la cabeza sobre su hombro, sin emitir aun ningún sonido.

Había dejado de llover cuando Robin entró en la cocina con Marian en brazos, lo que provocó un pequeño chillido de alivio por parte de Martha, que esperaba ansiosa su llegada.

- O mi pequeña está empapada. Debe de entrar en calor enseguida – las palabras salían de la mujer con demasiada rapidez, producto de su nerviosismo – ya tengo preparado un fuego en su cuarto. – Martha comenzó a subir las escaleras e instó a Robin a que la siguiera con Marian.

- Debo ir a decir a los otros chicos que dejen de buscarla – comentó Robin a Martha mientras se dirigía a la cama de Marian para colocarla sobre ella – Si, y diles que se pasen por la cocina por un poco de sopa. Debéis entrar en calor después de haber salido bajo esta lluvia a buscarla.

- Les daré tu mensaje – le respondió Robin quien se vio sorprendido cuando sintió que Marian tiraba de él con inusitada fuerza – No me dejes – su voz apenas era un susurro que no llegó a oídos de Martha – volveré en seguida, descansa – susurró a su vez él mientras posaba un beso sobre su cabeza aprovechando que Martha no podía verlo.

Tardó cerca de una hora en solucionar aquello que lo alejaba de Marian, pero aun así tuvo que esperar a que Martha dejase el cuarto, confiada de que Marian dormía.

Con ágiles movimientos trepó por la fachada de la casa hacía su ventana, logrando forzarla con facilidad para poder entrar. Una vez en el interior, se dirigió hacía la cama, donde se tiró al lado de ella, abrazándola y susurrando palabras de consuelo.

Marian apenas fue consciente de que lágrimas frescas se derrababan de nuevo por sus ojos, lo único que sabía era que lo que amortiguaba el dolor de su corazón era el saber que el estaba a su lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario