Marian se sintió agradecida al entrar de nuevo en su cuarto. Necesitaría una semana entera para procesar todo lo que había vivido en los últimos dos días, pero ahora mismo se sentía más ligera que nunca, como si hubiese llevado un saco de tigo durante mucho tiempo y lo acabara de soltar.
Un ruido en el patio la devuelve a la realidad, apenas ha sido un leve susurro, pero algo en su interior le dice que es él, por lo que no se extraña en absoluto cuando lo ve trepar por su ventana, amparándose en la oscuridad de la noche.
- Puedes usar de vez en cuando la puerta – medio le regaña cuando la cabeza de Robin asoma por la habitación. Ayudándose con sus brazos con un fuerte impulso terminó de colarse en la alcoba.
- ¿Y quitarle diversión al asunto? – respondió tras una de esas sonrisas que conseguía que su corazón latiera a tal velocidad que sería incapaz de contar sus latidos.
- No es por ser grosera pero ¿por qué estas aquí? – siguió hablando Marian mientras que se sentaba a los pies de la cama. Sentía que sus piernas no la sostendrían durante mucho más tiempo.
- Asegurarme de que estás bien. No creo que a Gisbourne le sentase bien que lo dejases tirado en el altar – añadió Robin preocupado, sin duda todavía estaba enfadado consigo mismo por no haber cumplido su promesa de liberarla. – Los chicos han estado revisando los alrededores y parece que no hay rastro ninguno de tropas…
- Nos fuimos en cuanto fue seguro, aprovechando el pequeño caos ocasionado en el castillo a la hora de bajar al Sheriff. Creo que ni él ni Sir Guy fueron conscientes de nuestra marcha. – intervino rápidamente consciente de que en esos momentos no sería bueno un enfrentamiento entre ambos hombres.
- Aun así no me fío, más tarde o más temprano reaccionará, y en estos momentos no estas en la listas de sus personas favoritas. Me sentiría mejor si te quedaras en el bosque con nosotros – mientras hablaba Robin se había acercado un poco más hacia ella hasta acabar arrodillado a sus pies.
- Robin, estaré bien – murmuró acompañando sus palabras con una acaricia – Sabes que no puedo marcharme aunque lo desee.
El silencio reinó por unos instantes, Marian se concentraba en sentir el calor que desprendía el rostro del hombre que amaba a la vez que la leve aspereza de su barba enviaba leves cosquillas que recorrían todo su brazo. Una parte muy dentro de sí misma le recordó que no era correcto que mantuviera su mano en esa posición, pero en cuanto hizo el más leve movimiento para retirarla, la mano del propio Robin la detuvo instándola a permanecer en esa posición un rato más.
Marian agradeció que Robin cerrase los ojos en cuanto sintió su caricia, ya que no se sentía capaz de ocultar los sentimientos que bullían en su interior. El recuerdo del beso permanecía entre ambos como un fantasma al que nadie puede ver pero si sentir.
Una hipnótica combinación de tonos verdes y marrones, era la única forma de definir el color de los ojos que la observaban casi con adoración. Unos ojos que la trasportaban hasta lo más profundo de un bosque donde solo existían ellos dos.
Con un movimiento inconsciente humedeció sus labios resecos. Lo siguiente que recuerda es sentir cada vez más cerca el dulce aliento de Robin y un leve roce que se transformó en un beso deseado por ambos desde hace demasiado tiempo…
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