Su madre se pondría furiosa cuando se enterase de que había vuelto a burlar a la niñera y dejado de lado sus tediosas labores de bordados. A sus nueve años no podía entender como su madre se podía pasar horas y horas bordando florecillas en decenas de pañuelos, no sabia muy bien para que quería tantos.
Sus pies la guiaron hasta la parte trasera de la casa donde su padre estaba entrenando a algunos chicos en el manejo de las armas. Se sentía orgullosa de las habilidades de su padre, a su casa llegaban los hijos de los más respetados señores para que él los convirtiera en caballeros al servicio de rey.
Maldijo por enésima vez la estupida falda del vestido que le impedía subirse a la cerca con la soltura que le permitían los pantalones; pero aun así consiguió sentarse en ella y así poder observar el campo de entrenamiento desde el mejor lugar posible, oculta de posibles miradas indiscretas desde la casa y lo suficientemente cerca para observar a los chicos con todo lujo de detalles.
Su padre se encontraba inclinado observando a los más pequeños que peleaban divertidos entres sí con pequeñas espadas de madera, y corrigiendo con paciencia los fallos cometidos por los niños. Un poco más a su derecha, se encontraban algunos más mayores, pero no debían ser mucho más grandes que ella misma, practicando por parejas la lucha cuerpo a cuerpo, bajo la supervisión de algunos de los alumnos más avanzados.
Pero lo que realmente le llamaba la atención eran las prácticas del tiro con arco, que en esos momentos estaban haciendo los alumnos más avanzados de su padre. Nunca había tenido la oportunidad de disparar un arco, pero si lo había tenido entre sus manos, y era consciente de la fuerza que se debía ejercer para lograr tensarlo. No admitiría ni para si misma que cierto muchacho de ojos verdes era otro de los motivos de los que no podía evitar levantar la vista de esa zona del campo.
Sabia muy bien quien era, su padre no paraba de hablar de él siempre que podía. Siempre era Robin esto, Robin lo otro, Robin ha conseguido hacer tal cosa… Era de los más jóvenes del grupo avanzado y había conseguido el respeto de todos los chicos. Bueno de todos, todos, no, Gisborne no había dejado de incordiarlo desde su llegada.
No le sentaba demasiado bien haber perdido su favoritismo frente a su padre por Robin. Además del respeto, fundado más en el temor que en el verdadero respeto, de todos los muchachos del barracon, que seguían a Robin fuese a donde fuese con una devoción sincera. Pero quizás el motivo más importante fuese la envidia de las cualidades de Robin, ya que este no debía poner demasiado esfuerzo por su parte para conseguir destacar en casi todo lo que hacia.
La mayor diferencia entre Robin y Gisborne era sin duda en el trato hacia los demás. Mientras que Robin respetaba a todos sus compañeros por igual, procediesen de donde procediesen, y valoraba sus habilidades, animándolos a perfeccionarlas y ayudándolos en lo que podía en esas que no se les daba tan bien, Gisborne había hecho amistad con los herederos de los feudos más fuertes del condado, infravalorando al resto con el apoyo de sus amigos.
Desde el poco tiempo de su convivencia, las peleas y discusiones entre ellos se habían vuelto casi diarias.
Marian observó como uno de los muchachos desplazó la diana, que debía de estar a unos 50 metros desde donde estaban disparando los chicos, otros 50 metros hacia atrás. Se había escapado el número suficiente de días hacia el campo de entrenamiento para saber que era lo que significaba.
Uno de los chicos que estaban supervisando a los de la lucha cuerpo a cuerpo, silbó en apreciación de lo que iba a ocurrir, lo que llamó la atención de su padre y del resto, que dejaron lo que estaban haciendo para acercarse a observar mejor el espectáculo.
Marian no pudo evitar poner una sonrisa de disculpa al verse pillada por su padre, que la miró severamente unos segundos para sonreírle con complicidad poco después, lo que provocó un suspiro de alivio por parte de Marian.
Normalmente su padre no ponía demasiados impedimentos a la hora de que ella estuviese allí, pero sabía muy bien que se pondría de parte de su madre si esta la pillaba allí.
La competición estaba apunto de comenzar, por lo que, como el resto, se preparó para no perderse ningún detalle de lo que allí iba a acontecer. El primero en disparar fue Much, el sirviente y amigo intimo de Robin. Todavía recuerda el revuelo que se montó cuando Robin puso la condición de que para quedarse allí Much debía ser entrenado al igual que él, y no ser entrenado como un sirviente cualquiera. Por suerte, su padre no puso demasiadas pegas, aunque si lo hicieron algunos de los padres más poderosos de los chicos que se negaron a que estos compartieran el campo de entrenamiento con un simple sirviente. Pero todo se quedó en simple palabrería, eran conscientes que ser entrenados por el Sheriff de Nottingham era un puesto casi asegurado en la guardia real.
Much no lo hizo mal del todo, aunque su flecha se clavó justo en el borde de la diana. Poco a poco fueron disparando el resto de los chicos, de los que solo un par lo hizo mejor que Much, aunque no llegaron a dar en el centro.
Uno de los últimos en disparar fue Jakon, uno de los amigos de Gisborne, Marian no pudo evitar soltar una pequeña carcajada, pero la cara de concentración del chico le hacía gracia. Fruncía el ceño demasiado y su mandíbula se mantenía tensa, desfigurando cómicamente su rostro, el tiempo que se tomó para tensar el arco y apuntar se le hizo eterno, pero por fin soltó la flecha, que fue a parar justo al centro de la diana.
Se escucharon entonces vítores ante la hazaña del chico, pero aun le tocaba disparar a alguien más. A diferencia de Jakon, a Robin solo le tomó unos instantes tensar el arco y apuntar a su objetivo. A Marian le pareció casi magia, la saeta había salido disparada a una velocidad tremenda para clavarse justo en el medio de la diana, dejando caer al suelo los restos de la flecha de Gisborne, que se había quebrado en dos a lo largo cuando la flecha de Robin hizo contacto con ella.
Los vítores anteriores dieron lugar a un silencio casi sepulcral. Fue Much el primero en acercarse a su señor para abrazarlo y felicitarlo por su hazaña, consiguiendo tirarlo al suelo con su entusiasmo. La algarabía general que los acompañó después animó a Marian acercarse a su padre para hacerle una petición, éste viendo que se acercaba mandó a los chicos a continuar con lo que estaban haciendo.
- ¿Qué desea mi princesa? – preguntó cuando la tuvo lo suficientemente cerca.
- Deseo aprender a disparar
- No creo que a tu madre le haga demasiada gracia
- Pero ella no tiene porqué enterarse. Venga papá ¿por favor? – rogó mientras ponía su mejor cara de suplica.
El prolongado suspiró de su padre le indicó que había conseguido su objetivo. Solo su madre era inmune a esa técnica.
- Está bien – aceptó su padre – Luke acerca la diana a su posición anterior por favor.
- Ahora mismo, señor – oyó Marian al chico que se dirigió a cumplir las ordenes de su padre.
Cuando la diana se encontró en una posición más accesible para ella, su padre se arrodilló para darle las primeras lecciones.
- Agarra el arco con la mano izquierda justo aquí – indicó colocando su mano en la zona del arco envuelta con cuero - Deja que la flecha se asiente en tu dedo índice para poder centrar…
- Edward, no estarás haciendo lo que creo que estás haciendo ¿verdad? Por Dios, es una niña, este no es lugar para ella – gritó Lady Katherine a su marido – Y tu jovencita, no creas que escondiéndote detrás de tu padre vas a lograr librarte del castigo. Vete derechita a casa y allí hablaremos sobre cuales son las actividades adecuadas para una jovencita.
Tras la larga charla de su madre sobre cuales eran las actividades permitidas para una dama de mi posición, lo que no incluía escaparse para ir al campo de entrenamiento ni acercarse a cualquier tipo de arma, la castigaron sin salir de su cuarto hasta la hora de la cena.
Estaba perdida entre sus pensamientos cuando sintió que alguien se estaba colando por su ventana. Su gritó se quedó ahogado en su garganta cuando vio la cabeza de Robin. Reaccionó a tiempo para apartar la vasija de porcelana junto con la jarra a juego, utensilios que utilizaba para lavarse por las mañanas, y así evitar otra discusión con su madre sobre el cuidado necesario de ciertos objetos.
- Milady – la saludó Robin mientras realizaba una leve reverencia hacia ella. La sonrisa picaresca de su rostro restaba formalidad a sus palabras.
- ¿Qué haces aquí? Como te cojan nos vas a meter en un lío muy grande
- Pensé en invitarla a hacer una pequeña excursión al bosque, y quizás, no se, te apetecería probar con esto – dijo mientras que le mostraba su arco.
- ¿Es alguna clase de juego? – Marian no pudo evitar estar un poco a la defensiva. No era la primera vez que hablaba directamente con Robin, pero nunca en unas circunstancias tan intimas. Siempre habían sido conversaciones formales, impersonales.
- Si no quieres, siempre le puedo decir a Jess que me acompañe.
-¿Jess? ¿La hija de la cocinera? – preguntó dudosa
- La misma
- Iré contigo – por alguna extraña razón la idea de ver Robin junto a Jess le provocó un nudo desagradable en el estomago - ¿Pero como haremos para salir de aquí sin que mi madre se de cuenta?
- Saldremos por la ventana. Tu madre ha salido a hacer una visita y ha dejado dicho que nadie debe acercarse a tu habitación hasta la hora de la cena.
Marian se acercó dudosa a la ventana. La altura era considerable, considerando su tamaño.
- No te preocupes. Yo iré delante – añadió Robin dando el asunto por zanjado.
Bajar les costó muchísimo menos de lo que se había imaginado al principio. Robin la ayudó, aupandola o cogiéndola, según las circunstancias, pero en su mayor parte pudo descender sin su ayuda.
Una vez en el bosque, la guió hasta un claro cercano pero lo suficientemente alejado para que no se escuchara ningún sonido desde la casa. Allí ya había colocada una diana en el otro extremo del claro, a unos 20 metros de distancia.
- Coloca las manos como antes – le susurró mientras se las colocaba el mismo en el arco – así, muy bien.
El corazón de Marian latía tan rápido como las alas de un colibrí. Quería pensar que era por la emoción de sentir el arco entre sus manos, pero si se concentraba lo suficiente, sabría diferenciar claramente dos tipos de sentimientos casi enfrentados. El arco le daba la seguridad de sentir el poder en sus manos pero la cercanía de Robin le transmitía inseguridad con respecto a ella misma. Le provocaba un cúmulo de sensaciones que le eran imposibles de definir y eso la asustaba.
- Respira hondo, relájate. Visualiza la diana, céntrate en ella y olvida lo que esta a tu alrededor.
Marían soltó la cuerda del arco. La flecha se desvió un par de metros hacia la derecha.
- No ha estado mal para ser el primer intento.
- No hace falta que me hagas sentir bien. No soy una niña pequeña – Marian no pudo evitar enfadarse. La cercanía de Robin cada vez la ponía más nerviosa pero a la vez sentía que no había nada en el mundo que podría mantenerla alejada de él.
- Lo digo de corazón – sonrió Robin mientras se llevaba al pecho – No te enfades. La próxima vez mantén el codo derecho en línea con el hombro. Mejorará tu puntería.
Siguieron practicando durante una hora más, tiempo en el que Marian consiguió alcanzar la diana la mayoría de las veces. El nerviosismo inicial dejó paso a la camaradería. Una vez de vuelta a la habitación Marian detuvo a Robin antes de que éste volviera a descender por la ventana.
- ¿Volverás a enseñarme algún otro día? – preguntó nerviosa
- Mismo día misma hora ¿Te parece bien? – preguntó Robin
- Gracias – respondió Marian mientras, por impulsó, lo besó en la mejilla – Allí estaré.
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