lunes, 27 de abril de 2009

enlace para Aline

Este enlace es para poder leer el fic inconcluso de Aline con mayor facilidad

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Padre e Hijo ... o de cómo Robin coge el arco por primera vez

Robin saltaba feliz alrededor del salón. Su padre la había prometido que cuando volviese a Locksley le enseñaría a usar el arco para que pudiese acompañarlo la próxima vez que fuese de caza.

Su nana, en un intento de contener tanta energía infantil, casi se había desgañitado la garganta pidiéndole que se mantuviera quieto mientras a que su padre bajara de sus aposentos para la primera comida del día, e incapaz de conseguir sus objetivos, le había informado que una nueva camada de perritos había nacido cerca de los establos, hecho que llamó la atención enseguida del niño, quien antes de irse, le hizo jurar a su nana que le informaría a su padre donde se encontraba en cuanto bajara.

Su padre lo encontró observando con curiosidad infantil como los pequeños cachorrillos se peleaban entre ellos medio ciegos en un intento de conseguir alimento. Estaba apunto de llamar su atención cuando observó cómo tomó a uno de los cachorros que, empujado por sus hermanos, se había separado del cuerpo de su madre y movía su cabeza hacia los lados en busca de su objetivo perdido, para acercarlo de nuevo con el resto con sumo cuidado, consciente de que un mal movimiento podría dañar al animal.

Robin sonrió feliz al comprobar que el perrito había comenzado a succionar cuando levantó su cabeza y pudo comprobar que su padre lo esperaba a las puertas del establo, por lo que se dirigió hacia él con una rápida carrera que acabó cuando chocó con el cuerpo de su padre.

- ¿Listo para tu primera lección? – le preguntó su padre mientras que se agachaba a su altura y le revolvía el pelo como muestra de cariño.

El niño asintió con un movimiento demasiado efusivo de su cabeza.

Siguió a su padre hasta el patio de armas mientras que correteaba impaciente a su alrededor y tiraba de su brazo para que fuese más aprisa. El armero de su padre los esperaba en el patio mientras que sostenía un pequeño arco, comparado con lo que los que su padre solía utilizar, y un carcaj a juego en tamaño.

Unos días antes, cuando su padre le había hecho la promesa antes de marcharse, Gilbert, que así se llamaba el armero, le había tomado medidas, ocasionándole a menudo pequeñas cosquillas, cuando pasaba el cordel alrededor de su cuerpo; mientras que él y su padre discutían sobre cuales serían las medidas correctas para el arco.

Con curiosidad infantil pasó sus manos por la madera del arco, sorprendiéndose por la suavidad de la madera, muy distinta de sus espadas de madera que se astillaban con los golpes.

Su padre tomó el arco entre sus manos para comenzar con la primera lección: aprender a encordarlo. No era una tarea sencilla. Hacía falta más fuerza de la que podía poseer un niño de 5 años para poder doblar la madera lo suficiente para que tomara la curva y tensión adecuada, por lo que la primera lección se quedó en teórica con la firme promesa de que ensayaría como encordarlo sólo con la presencia de su padre o de Gilbert.

Con el arco encordado, Robin lo pasó entre sus manos, acostumbrándose a su peso y forma, como había visto que solía hacer su padre cuando Gilbert le entregaba algún arma por primera vez. Tomó una de las flechas del carcaj, los colores de las plumas eran de un color verde oscuro con pequeñas manchitas de color marrón y la punta de la flecha estaba protegida para evitar que hiciera daño a alguien si se desviaba de su destino.

Casi de forma natural, gracias a que había observado ávidamente los entrenamientos de los arqueros, tomo la misma posición que éstos al disparar, colocando correctamente la flecha entre sus dedos, siendo corregida la posición de su codo levemente por su padre.

- Ahora respira tranquilo. No tengas prisas por tirar. Olvídate de todo lo que te rodea, solo mira a la diana – le habló su padre mientras que se colocaba a su altura para poder tener la misma perspectiva de visión que él.

Robin sintió como si algún liquido caliente recorriese su cuerpo por dentro y cómo los latidos de su corazón se aceleraban, pero al mismo tiempo, no le constó esfuerzo ninguno centrar su atención en la diana que se encontraba al final del patio, podía distinguir claramente los colores que la componían, como si en vez de encontrarse a metros de distancia estuviese al alcance de su mano. De forma instintiva, movió ligeramente su posición y dejó soltar la flecha.

Apenas fue consciente del leve susurro que provocó la flecha al pasar por el aire. Sólo vio la cara de sorpresa de su progenitor cuando comprobó que la flecha se había clavado justo en el centro de la diana.

- ¿Lo hice bien? – preguntó Robin deseoso de que su padre lo elogiara.

- Ha sido un buen tiro. Sigue así y no habrá nadie en Inglaterra que pueda competir contigo – le contestó su padre mientras le volvía a revolver el cabello - ¿éstas listo para seguir practicando?

Lluvia

Hacía siglos que no lograban escaparse de sus respectivas obligaciones el tiempo suficiente para acudir a su lugar secreto, como le gustaba denominarlo a pensar en el pequeño prado que había sido testigo de su camarería durante años.

Tras disfrutar de un delicioso pastel que habían tomado “prestado” del alfeizar de la ventana de la cocina, habían pasado el tiempo charlando de asuntos sin importancia, disfrutando solamente de la compañía del otro, tan concentrados que no fueron conscientes de cómo el cielo se fue ensombreciendo y el aire comenzaba a tomar un olor a humedad.

Las primeras gotas de lluvia cayeron sobre sus rostros, arrastrándolos cruelmente a la realidad en la que vivían. Pero Marian estaba poco dispuesta a concluir su pequeña escapada y volver a la mansión.

Robin observó atónito como Marian comenzó a dar vueltas sobre si misma, con la cabeza hacía atrás, disfrutando de la suave lluvia de verano que caía sobre ella. Sus pequeños y blanquecinos pies danzaban sobre el pasto mojado mientras que canturreaba entre dientes una antigua melodía. Durante unos de los giros, su cuerpo ni aguantó más vueltas y calló al suelo de forma suave. Pero aun así consiguió asustarlo lo suficiente para acudir en su ayuda al ver que no se levantaba inmediatamente.

- Marian ¿estás bien? – Robin preguntó mientras se arrodillaba junto a ella.

La suave risa que oyó podría competir con las mismísimas ninfas que inundaban los bosques que los rodeaban. Toda ella parecía brillar, como si hubiese tomado prestado el brillo del sol mientras se encontraba oculto tras las nubes. La intensidad de su mirada le confundió durante unos largos instantes; estaba seguro que esos ojos podrían ver lo más profundo de su alma si ella quisiese hacerlo.

La felicidad recorría su cuerpo consiguiendo que fuese más consciente de todo lo que la rodeaba, incluso del leve movimiento que provocó Robin al arrodillarse junto a ella. Desde esa distancia pudo comprobar que los ojos de Robin no eran simplemente verdes, sino que poseían toda una amplia gama de verdes y marrones. En un intento de distinguirlos mejor, se apoyo sobre su codo para poder verlos más cerca. Sintió sus labios resecos, pese a que el agua de lluvia la empapaba por completo, por lo que se los humedeció pasando tímidamente su lengua por ellos.

El leve movimiento de la lengua de Marian centró su atención sobre sus sonrosados labios, preguntándose si serán tan suaves como parecían. Apenas fue consciente de que su rostro se acercaba cada vez más al de ella, sólo apenas unos centímetros separaban sus labios de los suyos…

- ¡Marian! ¡Marian! – la voz sonaba cerca, demasiado cerca, alejando a ambos del hechizo en el que estaban inmersos.

Robin se levantó y corrió rápidamente a ocultarse tras los árboles. No pensaba comprobar en cuantos problemas podrían meterse si los encontraban a ambos en esos instantes.Marian dirigió una última mirada hacía donde había desaparecido Robin, consciente de que la estaba observando entre las sombras, y se dirigió con paso decidido hacía el origen de la voz antes de que llegase por error a su lugar secreto.


Fantasmas

Robin salió de la tienda de campaña con sumo cuidado, en un intento de no despertar a su fiel compañero, que dormía profundamente después de un largo y cruel día, con la esperanza de que el frío de la noche se llevase los últimos vestigios de los fantasmas que lo atormentaban.

Había vuelto a soñar con ella, con el suave sonido de su risa que conseguía inundarlo por completo, colmándolo de una euforia que ni el más potente elixir podría conseguir. En su propia piel aun podía sentir marcado a fuego el dulce calor de su cuerpo, un calor que la fría noche del desierto se negaba a llevarse.

Los hombres que estaban de guardia en el campamento le dirigieron una leve inclinación de cabeza como saludo sin demasiadas ganas de separarse del leve calor que proporcionaba el fuego hecho con boñigas secas. Habían aprendido que la madera era un bien preciado en el desierto, donde la temperatura oscilaba desde el calor más intenso hasta el frío más penetrante.

Su cabeza estaba inundada de recuerdos: del suave olor a humedad que inundaba los bosques justo antes de comenzar a llover, del suave rumor de los arroyos en su largo viaje desde lo alto de las montañas hasta lo profundo de los mares, de las horas pasadas en los bosques que rodeaban su casa, su hogar, pero sobre todo de ella, de aquellos momentos que habían podido robarle al cruel destino. Un destino que lo había llevado lejos de ella tras una idea que había perdido todo el sentido para él.

lunes, 9 de febrero de 2009

Perdida

- Marian, niña ¿dónde vas? ¡Marian! ¡MARIAN! – la voz de la señora Martha se confundía con el ruido de sus pies al golpear el suelo durante su carrera.

No podía parar, solo quería correr lo más lejos y rápido posible de ese lugar, pero parecía que cada paso que daba era más doloroso que el anterior. Las imágenes pasaban veloces antes sus ojos que, cubiertos de lágrimas, eran incapaces de reconocer lo que había a su alrededor. No fue consciente de cómo y por qué lo hizo, pero se detuvo, dejando reposar su cuerpo entre las raíces de un árbol.

El esfuerzo que había realizado la hizo jadear y sus oídos pulsaban en un intento de llevar la sangre a su cabeza, que apoyo sobre sus rodillas dejando salir todo el dolor que sentía.

Apenas fue consciente de que pasado un rato, el cielo la acompañó en su llanto.

Robin observaba inquieto la actividad del hogar del Sheriff de Nottingham en un intento de encontrarla. Su padre se encontraba fuera, en uno de sus tantos servicios al rey, de ahí a que a él le correspondiera acompañar a su madre para presentar las condolencias por la muerte de la madre de Marian.

- Señor, la señorita Marian aun no ha vuelto y está lloviendo y pronto anochecerá. Temo que no esté en condiciones de regresar sola a casa – murmuró Martha a un compungido Edward que era incapaz de moverse de al lado de su mujer – Señor, ¿me ha oído?

- Ya volverá, es una buena niña - respondió de forma incoherente.

Robin buscó la mirada de Martha, sin ser consciente de que se había movido nada más escuchar el nombre de Marian, una mirada que lo inquietó aun más que sus palabras. Con un gesto acordaron reunirse fuera de la sala para poder hablar con calma.

- No te preocupes, reuniré un pequeño grupo y saldremos a buscarla ¿hacía dónde se ha dirigido exactamente? – dijo Robin abrazando levemente a la rechoncha cocinera, en un intento de apaciguarla más allá de sus palabras.

- Salió por detrás directa hacía el bosque - respondió Martha algo más tranquila – Se fue nada más conocer la noticia.

Una vez fuera se acercó a los barracones para organizar entre sus compañeros un pequeño grupo de búsqueda. Aunque algo en su interior le decía donde podía encontrarse ella, no quería arriesgarse a que ella estuviera más tiempo completamente sola en el bosque si podía evitarlo.

Rápidamente organizó al grupo por parejas y les asignó una zona del bosque donde deberían buscar, dirigiéndose él mismo directamente hacía el claro donde se habían reunido alguna que otra vez para practicar o simplemente charlar.

La lluvia comenzó a caer con más fuerza, volviendo inútil el poder llevar cualquier tipo de antorcha que lo guiara por el camino. Por suerte, había hecho del bosque su segundo hogar, y era capaz de moverse por él guiándose por el recuerdo. A medida que iba avanzando vio pequeños rastros, como ramas partidas o pisadas sobre pequeños arbustos, que la lluvia aun no había conseguido borrar, que le indicaban que iba en buen camino.

A medida que iba avanzando su mente no dejaba de pensar en ella, en los ratos que habían pasado hasta que casi había acabado usando el arco también como él mismo, en las pequeñas bromas que siempre conseguían enfurecerla al principio para poco después echarse a reír, un sonido que para él competía con el canto del pájaro más melodioso de toda Inglaterra. Pero hoy no había lugar para las risas, y algo le decía que tardaría en volverla a escuchar.

Ya había oscurecido por completo cuando por fin llegó al claro y pudo verla acurrucada entre las raíces del árbol que dominaba el claro.

- Marian, ¿me escuchas? – Robin se arrodilló enfrente de ella – Vamos pequeña, hay que salir de aquí – siguió mientras colocaba ambas manos sobre su cabeza y la instaba a levantarla con suavidad. Apartó el pelo húmedo de su cara para que ella pudiese verlo con claridad, pero sus ojos parecían vacíos, sin vida, y sus labios ya presentaban un tono morado, signo inequívoco de que debería entrar pronto en calor si no quería que se la llevaran las fiebres.

- Vamos, levántate, estás helada – siguió susurrándole Robin mientras que la ayudaba a levantarse y le colocaba su propia capa de piel para protegerla de la lluvia - ¿Puedes andar? – su pregunta quedó respondida cuando tubo que atraparla para evitar que fuera al suelo después de soltarla.

Pasó uno de sus brazos por detrás de sus rodillas y dejó el otro tras su espalda. Con un movimiento casi inconsciente, Marian rodeó con sus brazos su cuello y reposó la cabeza sobre su hombro, sin emitir aun ningún sonido.

Había dejado de llover cuando Robin entró en la cocina con Marian en brazos, lo que provocó un pequeño chillido de alivio por parte de Martha, que esperaba ansiosa su llegada.

- O mi pequeña está empapada. Debe de entrar en calor enseguida – las palabras salían de la mujer con demasiada rapidez, producto de su nerviosismo – ya tengo preparado un fuego en su cuarto. – Martha comenzó a subir las escaleras e instó a Robin a que la siguiera con Marian.

- Debo ir a decir a los otros chicos que dejen de buscarla – comentó Robin a Martha mientras se dirigía a la cama de Marian para colocarla sobre ella – Si, y diles que se pasen por la cocina por un poco de sopa. Debéis entrar en calor después de haber salido bajo esta lluvia a buscarla.

- Les daré tu mensaje – le respondió Robin quien se vio sorprendido cuando sintió que Marian tiraba de él con inusitada fuerza – No me dejes – su voz apenas era un susurro que no llegó a oídos de Martha – volveré en seguida, descansa – susurró a su vez él mientras posaba un beso sobre su cabeza aprovechando que Martha no podía verlo.

Tardó cerca de una hora en solucionar aquello que lo alejaba de Marian, pero aun así tuvo que esperar a que Martha dejase el cuarto, confiada de que Marian dormía.

Con ágiles movimientos trepó por la fachada de la casa hacía su ventana, logrando forzarla con facilidad para poder entrar. Una vez en el interior, se dirigió hacía la cama, donde se tiró al lado de ella, abrazándola y susurrando palabras de consuelo.

Marian apenas fue consciente de que lágrimas frescas se derrababan de nuevo por sus ojos, lo único que sabía era que lo que amortiguaba el dolor de su corazón era el saber que el estaba a su lado.

domingo, 8 de febrero de 2009

Una historia sin sentido

El sol se reflejaba en la nieve recién caída, bañando con su luz hasta donde alcanzaba la vista. Nuestra protagonista suspiró con satisfacción apreciando la belleza del paisaje en donde se encontraba.

Ni en sus más locos sueños se hubiese imaginado poder ser un testigo directo de lo que iba a suceder en apenas unas horas más, como pudo comprobar en el reloj de su móvil. A partir de estos momentos el tiempo era crucial, una diferencia de apenas una milésima de segundo podía dar al traste con la ilusión y el trabajo de muchas personas.

Un estridente sonido interrumpió la calma del lugar, recordándole a nuestra protagonista que debía apresurarse si quería ser un testigo de excepción en los hechos que iban a ocurrir.

El lugar, a diferencia del exterior, era un hervidero de gente moviéndose apresurado de un lado a otro, murmurando entre dientes todo lo que aun les quedaban por hacer para dejarlo todo listo. Parecía más un centro comercial en vísperas de navidades que un laboratorio de prestigio internacional, como presumía su director en cuanto le dejaban la ocasión para hacerlo.

Cuando llegó por fin a la sala central pudo observar por última vez el corazón de todo lo que la había llevado allí ese día. Años después aun no podría describir realmente lo que se encontraba ante sus ojos, ya que para ella iba más allá de piezas metálicas, cables y plásticos inundándolo todo, era la belleza de ver que estaba apunto de cumplirse uno de sus mayores sueños, y el medio con el que iba a conseguirlo poco importaba.

Los ruidos y destellos de luces le anunciaron que ya era hora de dirigirse a su sitio. No fue consciente de las voces procedentes de la cabina que la guiaban en todos los pasos a seguir, ya que había repetido tantas veces los mismos movimientos que estaba segura que podría hacerlos incluso estando dormida.

Acompañando a la cuenta atrás que se dejaba escuchar por los altavoces, su respiración se fue acompasando, dejando atrás los nervios que le atenazaban el estomago: … 5 … 4 … 3 … 2 … 1

Nuestra protagonista abrió los ojos y observó con ansia lo que la rodeaba a medida que una sonrisa se asomaba a su rostro, dejándose inundar por los bulliciosos ruidos de la ciudad en la que se encontraba. El primer paso del experimento había ido bien, ahora solo le quedaba averiguar en que tiempo exacto se encontraba …

Las Hijas de Safo

Gus está esperando a su mama en la puerta del colegio, su cara reflejaba lo aburrido que está, Mel no se suele retrasar. La profesora encargada de vigilar que todos los niños se fueran con sus respectivos padres estaba apunto de llamar por telefono para averiguar que había pasado, le pidió el favor a una de sus compañeras, ésta le preguntó, creyendo que Gus no lo oiría ya que estaba algo alejado y entretenido jugando, sí él era el hijo de las hijas de Safo. El niño, que como es lógico había estado atento, vio como su maestra le respondió que así era, pero que sus mamas tenían nombre.


Justo en este tiempo ven aparecer a Lindsay, que pide disculpas por el retraso; Mel ha tenido un inconveniente en los juzgados y ha tenido que quedarse más tiempo del previsto y no pudo avisar a nadie con tan poco tiempo.


Cuando ya están en el coche rumbo a casa, Linds se queda observando a su hijo por el retrovisor, no ha dicho ni una palabra desde que se montaron, cosa muy rara, ya que Gus suele cotorrear todo el camino a casa sobre todo lo que ha hecho ese día en el colegio.


- Gus, cariño, ¿estás enfadado por que hemos tardado en venir a buscarte? Mama ha tenido una emergencia … - Gus niega con la cabeza


- ¿Te has peleado con algún compañero? – vuelve a negar con la cabeza.


- Entonces, ¿qué te pasa cariño? - La cara de circunstancia de Gus alerta a Lindsay de que la pregunta no iba a ser fácil.


- Mama, ¿tengo otra abuela? – en el cole le habían enseñado que las mamas son las hijas de las abuelas.

Lindsay se quedó pensativa, ha qué había venido esa pregunta; su madre no hacía mucho el papel de abuela, y menos la de Brian, que ni siquiera, creo, que sepa que tiene otro nieto, y la de Mel había muerto. Lo más parecido a una abuela que tenía Gus es a Debbie, y últimamente a Jennifer.


- Mama, ¿no me vas a contestar? – preguntó Gus extrañado por el silencio de su madre, él no creía que hubiese preguntado nada raro.


- ¿Por qué lo preguntas cariño? – pues por lo visto así era.


- Una mujer la ha preguntado a la señorita si yo era el hijo de las Hijas de Safo. ¿Safo es mi otra abuela? – en su cara se reflejaba algo de esperanza, le gustaba la abuela Debbie por que le daba batidos de chocolate y la abuela Jennifer le traía pinturas, estaría bien tener otra abuela más.


- No cariño, las Hijas de Safo es una forma de llamar a las mamas que están casadas con otras mamas – Lindsay esperó que con esto lo comprendiera y no le hiciera muchas más preguntas, Gus era aun muy joven para entender ciertas cosas.


- Ahh!! – su cara reflejó decepción, era absurda esa mania de los adultos de poner nombres complicados a las cosas.

fuego

Will estaba de nuevo absorto en observando la hoguera del campamento, dejándose llevar por la relajación que le producía observar la belleza que desprendía el lento baile de las llamas, a medida que intentaba que su propio fuego interior dejara de devorarlo por dentro.


Aun no tenía muy claro como había sucedido ni cuando, pero lo que parecía haber empezado como una pequeña chispa, se estaba convirtiendo en algo abrasador, capaz de devorarlo con la misma rapidez que un incendio tardaba en propagarse por la paja seca de los tejados. Verla sonreír provocaba que oleadas de calor inundaran su cuerpo hasta tal punto que estaba seguro que podría derretir la nieve a su alrededor, por no decir que cualquier toque accidental lo sentía cual marca de fuego en su piel.


Aquella princesa procedente de tierras lejanas era capaz de evaporar cualquier otro pensamiento de su cabeza que no fuera ella, al igual que el agua se convertía en humo cuando entraba en contacto con las llamas. Como volvió a corroborar cuando su mirada se perdió en ella, dormida apenas a unos metros de donde él se encontraba.


Faltaba apenas un par de horas para que el sol volviera hacer su aparición por el horizonte y que el día a día se instalara en el campamento, un día a día que cada vez hacía más difícil el poder mantener la separación entre sus pensamientos y sus acciones. Solo el temor de que al descubrir ella sus sentimientos provocara su marcha era lo único que lo contenía.

Lecciones

Su madre se pondría furiosa cuando se enterase de que había vuelto a burlar a la niñera y dejado de lado sus tediosas labores de bordados. A sus nueve años no podía entender como su madre se podía pasar horas y horas bordando florecillas en decenas de pañuelos, no sabia muy bien para que quería tantos.


Sus pies la guiaron hasta la parte trasera de la casa donde su padre estaba entrenando a algunos chicos en el manejo de las armas. Se sentía orgullosa de las habilidades de su padre, a su casa llegaban los hijos de los más respetados señores para que él los convirtiera en caballeros al servicio de rey.


Maldijo por enésima vez la estupida falda del vestido que le impedía subirse a la cerca con la soltura que le permitían los pantalones; pero aun así consiguió sentarse en ella y así poder observar el campo de entrenamiento desde el mejor lugar posible, oculta de posibles miradas indiscretas desde la casa y lo suficientemente cerca para observar a los chicos con todo lujo de detalles.


Su padre se encontraba inclinado observando a los más pequeños que peleaban divertidos entres sí con pequeñas espadas de madera, y corrigiendo con paciencia los fallos cometidos por los niños. Un poco más a su derecha, se encontraban algunos más mayores, pero no debían ser mucho más grandes que ella misma, practicando por parejas la lucha cuerpo a cuerpo, bajo la supervisión de algunos de los alumnos más avanzados.


Pero lo que realmente le llamaba la atención eran las prácticas del tiro con arco, que en esos momentos estaban haciendo los alumnos más avanzados de su padre. Nunca había tenido la oportunidad de disparar un arco, pero si lo había tenido entre sus manos, y era consciente de la fuerza que se debía ejercer para lograr tensarlo. No admitiría ni para si misma que cierto muchacho de ojos verdes era otro de los motivos de los que no podía evitar levantar la vista de esa zona del campo.


Sabia muy bien quien era, su padre no paraba de hablar de él siempre que podía. Siempre era Robin esto, Robin lo otro, Robin ha conseguido hacer tal cosa… Era de los más jóvenes del grupo avanzado y había conseguido el respeto de todos los chicos. Bueno de todos, todos, no, Gisborne no había dejado de incordiarlo desde su llegada.


No le sentaba demasiado bien haber perdido su favoritismo frente a su padre por Robin. Además del respeto, fundado más en el temor que en el verdadero respeto, de todos los muchachos del barracon, que seguían a Robin fuese a donde fuese con una devoción sincera. Pero quizás el motivo más importante fuese la envidia de las cualidades de Robin, ya que este no debía poner demasiado esfuerzo por su parte para conseguir destacar en casi todo lo que hacia.


La mayor diferencia entre Robin y Gisborne era sin duda en el trato hacia los demás. Mientras que Robin respetaba a todos sus compañeros por igual, procediesen de donde procediesen, y valoraba sus habilidades, animándolos a perfeccionarlas y ayudándolos en lo que podía en esas que no se les daba tan bien, Gisborne había hecho amistad con los herederos de los feudos más fuertes del condado, infravalorando al resto con el apoyo de sus amigos.


Desde el poco tiempo de su convivencia, las peleas y discusiones entre ellos se habían vuelto casi diarias.


Marian observó como uno de los muchachos desplazó la diana, que debía de estar a unos 50 metros desde donde estaban disparando los chicos, otros 50 metros hacia atrás. Se había escapado el número suficiente de días hacia el campo de entrenamiento para saber que era lo que significaba.


Uno de los chicos que estaban supervisando a los de la lucha cuerpo a cuerpo, silbó en apreciación de lo que iba a ocurrir, lo que llamó la atención de su padre y del resto, que dejaron lo que estaban haciendo para acercarse a observar mejor el espectáculo.


Marian no pudo evitar poner una sonrisa de disculpa al verse pillada por su padre, que la miró severamente unos segundos para sonreírle con complicidad poco después, lo que provocó un suspiro de alivio por parte de Marian.


Normalmente su padre no ponía demasiados impedimentos a la hora de que ella estuviese allí, pero sabía muy bien que se pondría de parte de su madre si esta la pillaba allí.


La competición estaba apunto de comenzar, por lo que, como el resto, se preparó para no perderse ningún detalle de lo que allí iba a acontecer. El primero en disparar fue Much, el sirviente y amigo intimo de Robin. Todavía recuerda el revuelo que se montó cuando Robin puso la condición de que para quedarse allí Much debía ser entrenado al igual que él, y no ser entrenado como un sirviente cualquiera. Por suerte, su padre no puso demasiadas pegas, aunque si lo hicieron algunos de los padres más poderosos de los chicos que se negaron a que estos compartieran el campo de entrenamiento con un simple sirviente. Pero todo se quedó en simple palabrería, eran conscientes que ser entrenados por el Sheriff de Nottingham era un puesto casi asegurado en la guardia real.


Much no lo hizo mal del todo, aunque su flecha se clavó justo en el borde de la diana. Poco a poco fueron disparando el resto de los chicos, de los que solo un par lo hizo mejor que Much, aunque no llegaron a dar en el centro.


Uno de los últimos en disparar fue Jakon, uno de los amigos de Gisborne, Marian no pudo evitar soltar una pequeña carcajada, pero la cara de concentración del chico le hacía gracia. Fruncía el ceño demasiado y su mandíbula se mantenía tensa, desfigurando cómicamente su rostro, el tiempo que se tomó para tensar el arco y apuntar se le hizo eterno, pero por fin soltó la flecha, que fue a parar justo al centro de la diana.


Se escucharon entonces vítores ante la hazaña del chico, pero aun le tocaba disparar a alguien más. A diferencia de Jakon, a Robin solo le tomó unos instantes tensar el arco y apuntar a su objetivo. A Marian le pareció casi magia, la saeta había salido disparada a una velocidad tremenda para clavarse justo en el medio de la diana, dejando caer al suelo los restos de la flecha de Gisborne, que se había quebrado en dos a lo largo cuando la flecha de Robin hizo contacto con ella.


Los vítores anteriores dieron lugar a un silencio casi sepulcral. Fue Much el primero en acercarse a su señor para abrazarlo y felicitarlo por su hazaña, consiguiendo tirarlo al suelo con su entusiasmo. La algarabía general que los acompañó después animó a Marian acercarse a su padre para hacerle una petición, éste viendo que se acercaba mandó a los chicos a continuar con lo que estaban haciendo.


- ¿Qué desea mi princesa? – preguntó cuando la tuvo lo suficientemente cerca.


- Deseo aprender a disparar


- No creo que a tu madre le haga demasiada gracia


- Pero ella no tiene porqué enterarse. Venga papá ¿por favor? – rogó mientras ponía su mejor cara de suplica.


El prolongado suspiró de su padre le indicó que había conseguido su objetivo. Solo su madre era inmune a esa técnica.


- Está bien – aceptó su padre – Luke acerca la diana a su posición anterior por favor.


- Ahora mismo, señor – oyó Marian al chico que se dirigió a cumplir las ordenes de su padre.


Cuando la diana se encontró en una posición más accesible para ella, su padre se arrodilló para darle las primeras lecciones.


- Agarra el arco con la mano izquierda justo aquí – indicó colocando su mano en la zona del arco envuelta con cuero - Deja que la flecha se asiente en tu dedo índice para poder centrar…


- Edward, no estarás haciendo lo que creo que estás haciendo ¿verdad? Por Dios, es una niña, este no es lugar para ella – gritó Lady Katherine a su marido – Y tu jovencita, no creas que escondiéndote detrás de tu padre vas a lograr librarte del castigo. Vete derechita a casa y allí hablaremos sobre cuales son las actividades adecuadas para una jovencita.


Tras la larga charla de su madre sobre cuales eran las actividades permitidas para una dama de mi posición, lo que no incluía escaparse para ir al campo de entrenamiento ni acercarse a cualquier tipo de arma, la castigaron sin salir de su cuarto hasta la hora de la cena.


Estaba perdida entre sus pensamientos cuando sintió que alguien se estaba colando por su ventana. Su gritó se quedó ahogado en su garganta cuando vio la cabeza de Robin. Reaccionó a tiempo para apartar la vasija de porcelana junto con la jarra a juego, utensilios que utilizaba para lavarse por las mañanas, y así evitar otra discusión con su madre sobre el cuidado necesario de ciertos objetos.


- Milady – la saludó Robin mientras realizaba una leve reverencia hacia ella. La sonrisa picaresca de su rostro restaba formalidad a sus palabras.


- ¿Qué haces aquí? Como te cojan nos vas a meter en un lío muy grande


- Pensé en invitarla a hacer una pequeña excursión al bosque, y quizás, no se, te apetecería probar con esto – dijo mientras que le mostraba su arco.


- ¿Es alguna clase de juego? – Marian no pudo evitar estar un poco a la defensiva. No era la primera vez que hablaba directamente con Robin, pero nunca en unas circunstancias tan intimas. Siempre habían sido conversaciones formales, impersonales.


- Si no quieres, siempre le puedo decir a Jess que me acompañe.


-¿Jess? ¿La hija de la cocinera? – preguntó dudosa


- La misma


- Iré contigo – por alguna extraña razón la idea de ver Robin junto a Jess le provocó un nudo desagradable en el estomago - ¿Pero como haremos para salir de aquí sin que mi madre se de cuenta?


- Saldremos por la ventana. Tu madre ha salido a hacer una visita y ha dejado dicho que nadie debe acercarse a tu habitación hasta la hora de la cena.


Marian se acercó dudosa a la ventana. La altura era considerable, considerando su tamaño.


- No te preocupes. Yo iré delante – añadió Robin dando el asunto por zanjado.


Bajar les costó muchísimo menos de lo que se había imaginado al principio. Robin la ayudó, aupandola o cogiéndola, según las circunstancias, pero en su mayor parte pudo descender sin su ayuda.


Una vez en el bosque, la guió hasta un claro cercano pero lo suficientemente alejado para que no se escuchara ningún sonido desde la casa. Allí ya había colocada una diana en el otro extremo del claro, a unos 20 metros de distancia.


- Coloca las manos como antes – le susurró mientras se las colocaba el mismo en el arco – así, muy bien.


El corazón de Marian latía tan rápido como las alas de un colibrí. Quería pensar que era por la emoción de sentir el arco entre sus manos, pero si se concentraba lo suficiente, sabría diferenciar claramente dos tipos de sentimientos casi enfrentados. El arco le daba la seguridad de sentir el poder en sus manos pero la cercanía de Robin le transmitía inseguridad con respecto a ella misma. Le provocaba un cúmulo de sensaciones que le eran imposibles de definir y eso la asustaba.


- Respira hondo, relájate. Visualiza la diana, céntrate en ella y olvida lo que esta a tu alrededor.


Marían soltó la cuerda del arco. La flecha se desvió un par de metros hacia la derecha.


- No ha estado mal para ser el primer intento.


- No hace falta que me hagas sentir bien. No soy una niña pequeña – Marian no pudo evitar enfadarse. La cercanía de Robin cada vez la ponía más nerviosa pero a la vez sentía que no había nada en el mundo que podría mantenerla alejada de él.


- Lo digo de corazón – sonrió Robin mientras se llevaba al pecho – No te enfades. La próxima vez mantén el codo derecho en línea con el hombro. Mejorará tu puntería.


Siguieron practicando durante una hora más, tiempo en el que Marian consiguió alcanzar la diana la mayoría de las veces. El nerviosismo inicial dejó paso a la camaradería. Una vez de vuelta a la habitación Marian detuvo a Robin antes de que éste volviera a descender por la ventana.


- ¿Volverás a enseñarme algún otro día? – preguntó nerviosa


- Mismo día misma hora ¿Te parece bien? – preguntó Robin


- Gracias – respondió Marian mientras, por impulsó, lo besó en la mejilla – Allí estaré.

Una noche en vela

No podía dejar de ver su rostro y eso lo estaba desesperando. Daba igual si mantenía los ojos abiertos o cerrados, ella se paseaba por su mente atormentándolo día y noche, sin apenas dejar espacio para algún otro pensamiento.


Durante los cinco largos años que pasaron él y Much en Tierra Santa, su recuerdo fue el único capaz de ahuyentar las crueldades de la guerra el tiempo suficiente para poder seguir avanzando sin desmoronarse.


Su vuelta solo había conseguido que las leves esperanzas que lo mantuvieron con vida esos cinco años resurgieran con más fuerzas, si eso era posible, manteniéndolo en noches como estas en vela mientras que su mente sufría las más crueles ensoñaciones.


No podía definirlas de otra forma, sus sueños sobre una vida juntos en Locksley, de formar con ella su propia familia, le recordaban una y otra vez las graves consecuencias de su decisión. Nunca hubiese imaginado que seguir al rey hasta el otro lado del mundo podría desencadenar tantas desgracias a tantas personas.


Hacía un par de noches que había dejado de hacer guardias por la noche. El sheriff había desistido de encontrarlos en pleno bosque, por ahora, y las trampas y alarmas de Will los avisarían si alguien se acercaba demasiado al campamento. Se levantó de entre las mantas y observó que todos seguían durmiendo alrededor de la pequeña hoguera, por lo que tomó una decisión, aun quedaban unas tres horas para que amaneciera, tiempo suficiente para ir y volver de Knighton Hall y volver. Lo único que necesitaba era verla, con eso se conformaba por ahora.


Subir hasta su habitación fue sencillo, ya de niño lo hizo un millón de veces. La luz de la luna llena que entraba por la ventana era suficiente para iluminar el cuarto. Por una vez en su vida agradeció que los doseles de la cama no estuviesen corridos, lo que le permitía observarla sin riesgo a despertarla de su dulce sueño.


Se pasó cerca de una hora observándola dormir, sintiendo que su corazón se llenaba de paz a su lado, por lo que maldijo las primeras luces del alba que indicaban que era el momento de volver al campamento.


Al poco después de marcharse, Marian despertó. No tenía muy claro que es lo que había soñado, pero algo le decía que cierto forajido se había vuelto a meter en ellos. No fue hasta cuando se deslizó de la cama cuando la sintió, había una flecha justo al lado de ella.


Al principio creyó que se le podría haber caído cuando volvió de su ronda el vigilante nocturno, pero solo le bastó echarle un vistazo a las plumas con un poco más de luz para no poder evitar sonreir como una enamoradiza durante todo el día.

El segundo beso

Marian se sintió agradecida al entrar de nuevo en su cuarto. Necesitaría una semana entera para procesar todo lo que había vivido en los últimos dos días, pero ahora mismo se sentía más ligera que nunca, como si hubiese llevado un saco de tigo durante mucho tiempo y lo acabara de soltar.


Un ruido en el patio la devuelve a la realidad, apenas ha sido un leve susurro, pero algo en su interior le dice que es él, por lo que no se extraña en absoluto cuando lo ve trepar por su ventana, amparándose en la oscuridad de la noche.


- Puedes usar de vez en cuando la puerta – medio le regaña cuando la cabeza de Robin asoma por la habitación. Ayudándose con sus brazos con un fuerte impulso terminó de colarse en la alcoba.


- ¿Y quitarle diversión al asunto? – respondió tras una de esas sonrisas que conseguía que su corazón latiera a tal velocidad que sería incapaz de contar sus latidos.


- No es por ser grosera pero ¿por qué estas aquí? – siguió hablando Marian mientras que se sentaba a los pies de la cama. Sentía que sus piernas no la sostendrían durante mucho más tiempo.


- Asegurarme de que estás bien. No creo que a Gisbourne le sentase bien que lo dejases tirado en el altar – añadió Robin preocupado, sin duda todavía estaba enfadado consigo mismo por no haber cumplido su promesa de liberarla. – Los chicos han estado revisando los alrededores y parece que no hay rastro ninguno de tropas…


- Nos fuimos en cuanto fue seguro, aprovechando el pequeño caos ocasionado en el castillo a la hora de bajar al Sheriff. Creo que ni él ni Sir Guy fueron conscientes de nuestra marcha. – intervino rápidamente consciente de que en esos momentos no sería bueno un enfrentamiento entre ambos hombres.


- Aun así no me fío, más tarde o más temprano reaccionará, y en estos momentos no estas en la listas de sus personas favoritas. Me sentiría mejor si te quedaras en el bosque con nosotros – mientras hablaba Robin se había acercado un poco más hacia ella hasta acabar arrodillado a sus pies.


- Robin, estaré bien – murmuró acompañando sus palabras con una acaricia – Sabes que no puedo marcharme aunque lo desee.


El silencio reinó por unos instantes, Marian se concentraba en sentir el calor que desprendía el rostro del hombre que amaba a la vez que la leve aspereza de su barba enviaba leves cosquillas que recorrían todo su brazo. Una parte muy dentro de sí misma le recordó que no era correcto que mantuviera su mano en esa posición, pero en cuanto hizo el más leve movimiento para retirarla, la mano del propio Robin la detuvo instándola a permanecer en esa posición un rato más.


Marian agradeció que Robin cerrase los ojos en cuanto sintió su caricia, ya que no se sentía capaz de ocultar los sentimientos que bullían en su interior. El recuerdo del beso permanecía entre ambos como un fantasma al que nadie puede ver pero si sentir.


Una hipnótica combinación de tonos verdes y marrones, era la única forma de definir el color de los ojos que la observaban casi con adoración. Unos ojos que la trasportaban hasta lo más profundo de un bosque donde solo existían ellos dos.


Con un movimiento inconsciente humedeció sus labios resecos. Lo siguiente que recuerda es sentir cada vez más cerca el dulce aliento de Robin y un leve roce que se transformó en un beso deseado por ambos desde hace demasiado tiempo…

Odio

Marian pensó que nunca en su vida podría odiar más a alguien como odiaba en esos momentos al rey y a su empresa de unirse a las tropas del Papa Gregorio VIII para recuperar Jerusalén de manos de los Saladinos.


A sus escasos dieciséis años no entendía demasiado bien como lo que ocurría a miles de kilómetros de distancia podía truncar de ese modo todas sus ilusiones y esperanzas. Sólo un año más y podría casarse al fin con el hombre que amaba; el mismo hombre que en esos momentos estaban revolucionando la mansión de Locksley en sus preparativos para unirse a la empresa del Rey.


Era consciente que muy pocas mujeres de su posición podían casarse con el hombre que amaba. Los matrimonios no eran más que contratos comerciales donde lo que primaba era la dote, el peso del apellido o el número de hijos que debían tener, y en muchas ocasiones, los tres factores eran coincidentes.

Su unión con Robin era, para sus padres, la opción más lógica. Ambos eran hijos de los más prestigiosos señores de Nottingham y además sus tierras eran colindantes, lo que era un plus teniendo en cuenta que al carecer el sheriff de hijos varones las tierras pasarían al primer hijo varón de la pareja, que heredaría el título de su abuelo, cuando tuviese la mayoría de edad, y mientras tanto ella sería la propietaria en usufructo del feudo. Su hijo sería uno de los mayores señores de Inglaterra.


Su cabeza comenzó a darle vueltas a la vez que molestas manchas oscuras la impedían la visión. Tardó en darse cuenta que era su respiración agitada la que estaba provocando el desvanecimiento, pero el conocimiento de las causa no evitaba las consecuencias. Apenas fue consciente que una de las criadas la sentaba en una silla, murmurando algo parecido a que se encontraba demasiado pálida.


Su miedo a llamar más la atención de todos, hizo que susurrara a la criada la burda excusa de que le dolía un poco la tripa, dando a entender que se encontraba en esos días del mes. La criada se marchó, no sin antes decirle que iría a buscar a la cocinera para que le preparase uno de sus remedios.


Mientras tanto, Marian seguía observando la escena, sintiendo como su corazón se partía en miles de pedazos tan diminutos que estaba segura que pasarían por el ojo de una aguja.

Cuando se enteró de la noticia pensó que sería capaz de odiarlo por abandonarla en pos de la gloria, pero no se veía capaz de conseguirlo, de ahí a que traspasase su odio al rey. No era ninguna cría, y era consciente que muy pocos de los hombres que partirían con el rey volverían con vida. Y si lo hacían, no sería cosa de unos meses, sino que pasarían años. Quizás fuese el miedo de no volver a verlo con vida lo que le impedía odiarlo.


Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos que la torturaban aun más sí eso era posible. Había ido hasta Locksley para estar con Robin el mayor tiempo posible y no pensaba dejar que él último recuerdo de ella estuviera teñido de tristeza.


Con los años de ausencia, su odio fue cambiando. Su amor adolescente había ido madurando y la había echo comprender que si Robin de verdad la amaba, como había dejado entrever sus acciones en el pasado, no la había dejado sola. Y a su vez, a había aprendido a odiar la empresa del rey, por otros motivos, al ver las penurias que pasaban los aldeanos pos los altos impuestos para financiar la Guerra Santa, sin contar el daño que provocaba en perdidas humanas, ya que rara era la familia que no había pedido a uno de sus hijos en Tierra Santa. Y de ese odio nació su alter ego: el Vigilante Nocturno

Detenido

El chirriante sonido del teléfono acompaña a los suaves gemidos que inundan la habitación.


- Brian… algo suena – murmulla Justin entre las suaves oleadas de deseo que lo inundan. Joder, ese movimiento con la lengua era mucho mejor sentirlo que realizarlo.


- No estaré haciendo muy buen trabajo sí es que eres capaz de escuchar algo más que a ti mismo – comentó Brian con cierta ironía juguetona mientras que sustituía sus labios por una de sus manos, lo que provocó que pudiese escuchar con más claridad el sonido del móvil. Era el de las emergencias familiares, como guasonamente lo llamó Justin cuando lo compró.


Cuando las llamadas de la empresa empezaron a colapsar su móvil decidió comprar una línea nueva, cuyo número solo tenía Justin y Gus, para que el rubio no pusiera como excusa de que su móvil siempre comunicaba cuando debía decirle algo importante. Y sabiendo que Justin no podía estar llamando en esos momentos, debía de ser Gus el que lo hacía, y no serían buenas noticias si lo llamaba a las 4.30 de la mañana.


- Joder – maldijo cuando se tropezó con los pantalones de Justin mientras iba en búsqueda de los suyos donde guardaba el móvil.- ¿Sí? – contestó al no reconocer el número por se reflejaba.


- ¿Papá? – la voz de Gus sonaba insegura, incluso algo temerosa.


- ¿Qué es lo que ha ocurrido? – preguntó Brian con una calma que no sentía en esos momentos.


- Estoy en comisaría. Necesito que vengas a buscarme.


- En comisaría… - Justin saltó de la cama al oírlo y se acercó a Brian preocupado. Gus debía de quedarse en casa de un amigo de la infancia en Britin.


- Si… no ha sido culpa mía… - empezó a disculparse Gus conocedor de la ira de su padre. La había visto en contadas ocasiones, y nunca dirigida hacía él, pero en la situación que se encontraba no creía posible librarse.


- ¿Dónde estás exactamente? – preguntó Brian con calma. Sin duda era mejor ir resolver las cosas allí que por teléfono.


- En la comisaría donde trabaja Karl


- Estaremos allí en seguida – Brian cortó la comunicación sabedor de que no sería capaz de decirle algo a su hijo de lo que podría arrepentirse después. Era mejor conocer la situación completa antes de hacer cualquier conjetura – Me voy a la comisaría.


- Espera, voy contigo – intervino Justin mientras buscaba sus pantalones.


Ya en comisaría se dirigieron directamente a la zona de información, donde un oficial con cara de muy pocos amigos se sentaba tras la ventanilla de atención al ciudadano.


- Buenas noches. Mi hijo se encuentra aquí – dijo Brian nada más acercarse.


- ¿Nombre? – preguntó el oficial con monotonía, había habido una redada en una de las casas de bien de la ciudad y no había sido el primer padre que se había presentado esa noche.


- Gus Marcus Peterson


- Lo lamento pero no tenemos a nadie con ese nombre – murmuró el policía más interesado en el caso. Normalmente los adolescentes no solían decir sus verdaderos nombres para dificultar que localizaran a sus padres, pero éste lo había llamado.


- Pruebe con Gus Kinney – pidió Brian.


- Espere unos segundos y aviso al agente que está al cargo para que lo ponga al corriente de lo acontecido – pidió mientras se dirigía en susurros a otro agente que pasaba en esos momentos a sus espaldas.


- Lo más seguro es que halla sido alguna estupidez, nada más – comentó Justin a Brian en un intento de que éste le dirigiese aunque sea unas parcas palabras.


- Señor Kinney, por aquí por favor – pidió una mujer que no debía alcanzar más de los 30 años de edad – Su hijo se ha metido en un pequeño lío. Enfado a quien no debería de haber enfadado y no tuvimos más remedio que traérnoslos a comisaría para esclarecer los hechos.


- ¿Pero que es lo que ha pasado exactamente? ¿De que lo acusan? – preguntó Justin con preocupación ¿en que demonios se había metido este chico?


- Hubo una pelea a la salida de unos de los pubs de Liberty Ave. Según los testigos un pequeño grupo empezó a armar jaleo y a insultar a los que pasaban por allí, con grandes síntomas de embriaguez. Su hijo salía con un grupo de amigos del pub, y por lo visto intercedió a favor de una joven que se vio implicada, llegando él y otro de sus amigos a las manos con los agresores. Un vecino llamó a la policía y cuando llegó la pareja a comprobar los hechos los separó y decidió llevarselos a comisaría para resolver la cuestión.


- ¿Por qué sigue detenido si ya han comprobado que no ha hecho nada? – preguntó de nuevo el rubio.


- Como rutina, cuando detenemos a alguien que ha participado en una pelea nocturna cerca de zonas de bares, solemos hacerle una pequeña prueba de toxico. Gus daba positivo en alcohol, por lo que al ser menor, no podemos dejarlo salir hasta que alguien responsable venga a buscarlo.


- Bien, donde hay que firmar – pidió esta vez Brian, algo aliviado, pero no lo suficiente. Ese jovencito iba a aprender que se consigue cuando le miente a su padre.


Una vez con todos los papeles pertinentes en regla, la agente fue a buscar a Gus a los calabozos.


- Jovencito espero que tengas una muy buena explicación para todo esto – la voz de Brian sonaba demasiado calmada para el gusto de Gus – por que si no es así te vas a pasar una buena temporada haciendo tareas extras en Britin. Creo recordar que a él establo le hace falta una mano de pintura ¿Qué dices Sunshine?


Justin sonrió aliviado de ver a Gus de una sola pieza por sí mismo. Parecía que tenía una mejilla algo amoratada y un pequeño corte en la ceja, pero nada grave.


- Estoy bien Jus – murmuró Gus cuando Justin lo abrazó – deberías de ver al otro.


- Vamos para a casa – pidió Brian tras abrazar también a su hijo – no quiero ni pensar que es lo que dirán las bolleras cuando les cuentes en persona tu pequeña aventura.


Gus suspiró frustrado. Sus padres era una cosa, pero no quería ni pensar cómo se pondría Mel cuando se enterará, era capaz de volver de Canadá solo para echarle en cara su posible irresponsabilidad.


No habían cruzado apenas la puerta de comisaría cuando algo parecido a un torbellino pelirrojo abrazó a Gus.


- Me alegro de que estés bien – murmuró la chica – No te van a acusar de nada ¿verdad? Oh, Gus me siento tan culpable.


- No ha pasado nada, ¿tú estás bien? ¿qué haces aún aquí? – respondió Gus


- No quería irme sin saber…


Justin cogió la mano de Brian y lo arrastró hacía el coche … sin duda Gus debería de dar más de una explicación esa noche.