Robin salió de la tienda de campaña con sumo cuidado, en un intento de no despertar a su fiel compañero, que dormía profundamente después de un largo y cruel día, con la esperanza de que el frío de la noche se llevase los últimos vestigios de los fantasmas que lo atormentaban.
Había vuelto a soñar con ella, con el suave sonido de su risa que conseguía inundarlo por completo, colmándolo de una euforia que ni el más potente elixir podría conseguir. En su propia piel aun podía sentir marcado a fuego el dulce calor de su cuerpo, un calor que la fría noche del desierto se negaba a llevarse.
Los hombres que estaban de guardia en el campamento le dirigieron una leve inclinación de cabeza como saludo sin demasiadas ganas de separarse del leve calor que proporcionaba el fuego hecho con boñigas secas. Habían aprendido que la madera era un bien preciado en el desierto, donde la temperatura oscilaba desde el calor más intenso hasta el frío más penetrante.
Su cabeza estaba inundada de recuerdos: del suave olor a humedad que inundaba los bosques justo antes de comenzar a llover, del suave rumor de los arroyos en su largo viaje desde lo alto de las montañas hasta lo profundo de los mares, de las horas pasadas en los bosques que rodeaban su casa, su hogar, pero sobre todo de ella, de aquellos momentos que habían podido robarle al cruel destino. Un destino que lo había llevado lejos de ella tras una idea que había perdido todo el sentido para él.
lunes, 27 de abril de 2009
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