domingo, 8 de febrero de 2009

Odio

Marian pensó que nunca en su vida podría odiar más a alguien como odiaba en esos momentos al rey y a su empresa de unirse a las tropas del Papa Gregorio VIII para recuperar Jerusalén de manos de los Saladinos.


A sus escasos dieciséis años no entendía demasiado bien como lo que ocurría a miles de kilómetros de distancia podía truncar de ese modo todas sus ilusiones y esperanzas. Sólo un año más y podría casarse al fin con el hombre que amaba; el mismo hombre que en esos momentos estaban revolucionando la mansión de Locksley en sus preparativos para unirse a la empresa del Rey.


Era consciente que muy pocas mujeres de su posición podían casarse con el hombre que amaba. Los matrimonios no eran más que contratos comerciales donde lo que primaba era la dote, el peso del apellido o el número de hijos que debían tener, y en muchas ocasiones, los tres factores eran coincidentes.

Su unión con Robin era, para sus padres, la opción más lógica. Ambos eran hijos de los más prestigiosos señores de Nottingham y además sus tierras eran colindantes, lo que era un plus teniendo en cuenta que al carecer el sheriff de hijos varones las tierras pasarían al primer hijo varón de la pareja, que heredaría el título de su abuelo, cuando tuviese la mayoría de edad, y mientras tanto ella sería la propietaria en usufructo del feudo. Su hijo sería uno de los mayores señores de Inglaterra.


Su cabeza comenzó a darle vueltas a la vez que molestas manchas oscuras la impedían la visión. Tardó en darse cuenta que era su respiración agitada la que estaba provocando el desvanecimiento, pero el conocimiento de las causa no evitaba las consecuencias. Apenas fue consciente que una de las criadas la sentaba en una silla, murmurando algo parecido a que se encontraba demasiado pálida.


Su miedo a llamar más la atención de todos, hizo que susurrara a la criada la burda excusa de que le dolía un poco la tripa, dando a entender que se encontraba en esos días del mes. La criada se marchó, no sin antes decirle que iría a buscar a la cocinera para que le preparase uno de sus remedios.


Mientras tanto, Marian seguía observando la escena, sintiendo como su corazón se partía en miles de pedazos tan diminutos que estaba segura que pasarían por el ojo de una aguja.

Cuando se enteró de la noticia pensó que sería capaz de odiarlo por abandonarla en pos de la gloria, pero no se veía capaz de conseguirlo, de ahí a que traspasase su odio al rey. No era ninguna cría, y era consciente que muy pocos de los hombres que partirían con el rey volverían con vida. Y si lo hacían, no sería cosa de unos meses, sino que pasarían años. Quizás fuese el miedo de no volver a verlo con vida lo que le impedía odiarlo.


Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos que la torturaban aun más sí eso era posible. Había ido hasta Locksley para estar con Robin el mayor tiempo posible y no pensaba dejar que él último recuerdo de ella estuviera teñido de tristeza.


Con los años de ausencia, su odio fue cambiando. Su amor adolescente había ido madurando y la había echo comprender que si Robin de verdad la amaba, como había dejado entrever sus acciones en el pasado, no la había dejado sola. Y a su vez, a había aprendido a odiar la empresa del rey, por otros motivos, al ver las penurias que pasaban los aldeanos pos los altos impuestos para financiar la Guerra Santa, sin contar el daño que provocaba en perdidas humanas, ya que rara era la familia que no había pedido a uno de sus hijos en Tierra Santa. Y de ese odio nació su alter ego: el Vigilante Nocturno

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