domingo, 8 de febrero de 2009

Entre ferias y torneos

Robin respiró hondo, disfrutando del ambiente de festividad que se vivía en la aldea a escasas horas de que la feria comenzara oficialmente. A su alrededor el pueblo bullía en actividad: John, el dueño de la taberna, silbaba una alegre tonadilla mientras rodaba los barriles de cerveza hacía el interior, preparándose para lo que sería sin duda uno de los mejores días para el negocio; la mujer del panadero limpiaba con ahínco la ventana que daba para la calle, donde más tarde colocaría toda una muestra de sus mejores dulces y panes, y los pequeños alborotaban alrededor de los adultos con sus juegos ilusionados por lo que estaba por venir.


- ¡Buenos días señora Bread! – saludó Robin a la mujer del panadero con la mejor de sus sonrisas.


- ¡Buenos días señor Robin! – a sus casi dieciséis años poco a poco habían dejado de considerarlo como el “señorito Robin”, cosa que agradecía enormemente – No se vaya muy lejos, está apunto de salir una hornada de pastelillos.


- Huele delicioso – contestó Robin mientras observaba como la mujer los sacaba del horno de piedra.


- Tenga cuidado, aun están demasiado calientes – añadió la señora cuando observó como Robin tomaba uno de los pasteles. – Por cierto ¿dónde está el joven Much? Es raro verlo sin usted.

Robin no tuvo necesidad de contestar, ya que el susodicho se acercaba corriendo hacía ellos.


- ¡Amo!, ¡amo! – gritaba Much desde la distancia. Cuando llegó junto a ellos, no pudo evitar doblarse en el esfuerzo de llevar algo más de oxigeno a sus pulmones.


- Tranquilo Much, respira – Robin se acercó a su amigo y le puso una mano en su hombro para tranquilizarlo - ¿Para qué tanta prisa? Creí que estabas ayudando a Liliam con sus tareas. – continúo hablando mientras recordaba a una de las hijas del señor Brown, uno de los arrendatarios de sus tierras.


Se habían encontrado a Liliam cuando venían hacía el pueblo. La muchacha llevaba una gran cantidad de hortalizas para venderlas durante la feria. Sus hermanos ya estaban en el pueblo con el resto de las mercancías pero ella se había atrasado un poco y ellos no habían querido esperarla. Robin sonrió para si al rememorar como a Liliam solo le bastó un par de caídas de ojos para que el pobre Much se tropezara con sus propios pies.


Robin los dejó discutiendo sobre quien era el que debía llevar el cesto de las hortalizas y siguió su camino, ha sabiendas que Much haría lo correcto y sería el quien terminara de llevar la mercancía a la aldea. Él debía llegar sin falta a la carpintería cuanto antes si quería ganar el concurso que se celebraría a la caída del sol, cuando la mayoría de las transacciones comerciales hubiesen concluido y comenzase el verdadero jolgorio.


- Aquí tienes Much, con esto te recuperas del cansancio seguro – comentó la señora Bread a la vez que le daba uno de los pastelillos a Much, que fue incapaz de pronunciar cualquier palabra de agradecimiento, concentrado en saborearlo al máximo.

- Venga Much, debemos irnos si queremos llegar de vuelta a casa pronto para poder volver después – añadió Robin mientras tiraba de un pobre Much – Adiós señora Bread, nos veremos después.


-Adiós chicos – se despidió también la señora.


La carpintería se encontraba a unas cuantas casas de distancia, por lo que enseguida llegaron a su destino sin más distracciones que algún que otro saludo.


- Me alegro de verte Robin. Te esperaba un poco más tarde – murmuró un hombre que debía rondar ya más de los 50 años (N. A. Para la época un campesino con esa edad equivaldría a un anciano de unos 70 años)


- Buenos días Arthur ¿Tienes lo que te pedí? – preguntó Robin con cierta ansiedad.


- Aquí lo tienes – contestó el carpintero mientras sacaba un hermoso arco de detrás de su mesa de trabajo – elaborado con la madera más flexible de toda Inglaterra y con el diseño que me pediste.


Robin lo observó casi con adoración. Sin duda era uno de los mejores trabajos que había visto en su vida. Con él no tendría ningún problema para ganar el torneo sin el mínimo esfuerzo. Pero como siempre fue Much que puso voz a sus pensamientos.


- El torneo ya es suyo amo Robin – observando también fascinado el arco. Había sido entrenado junto a su amo en el manejo de las armas, lo que le permitió valorarlo en su justa medida.


- Gracias Arthur – contestó Robin dirigiéndose al carpintero – Ya nos veremos.


- Adiós Robin y ¡Buena Suerte!


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El viento frío golpeaba sus mejillas a la vez que deshacía su peinado, pero aun así, Marian no deseaba parar y golpeó los flancos de su yegua para que ésta aumentara su velocidad. Sentía una sensación primitiva de escapar cuanto más lejos y más rápido mejor, pero una pequeña parte de su mente, lo que algunos denominan consciencia, hizo que ordenara a Zafiro que disminuyera su velocidad para poco después dirigirse a paso tranquilo de nuevo a su casa.


Se había vuelto a escapar de su tía Josephine, prima hermana de su madre, que había muerto hace dos veranos. Ésta había mudado a su hogar hace cosa de un año para cumplir la necesaria tarea de convertirla en una “mujercita” tras su última desafortunada visita en la que había conocido a una de las nuevas adquisiciones de su sobrina, un sapo.


En anteriores escapadas aprendió que huir no era la solución pero sin duda le daba mayor perspectiva y más serenidad a la hora de discutir con su tía sobre que es lo correcto o no para una señorita que pronto alcanzaría los 13 años. La idea de que asistiría a la feria con su padre, aunque su tía había desaconsejado la idea, la animo para instar a Zafiro para que la llevara pronto a casa.


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El aire veraniego arrastraba en su camino los diversos sonidos procedentes de la aldea. Robin estaba seguro de que si se concentraba lo suficiente incluso podía emparejar a más de una voz con su dueño.


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Pequeñas hogueras daban un toque de color al ocaso, el aire estaba impregnado de multitud de olores y el color y las risas abundaban allá donde posaba la vista. Estaba sentada en el palco señorial junto a su padre a la espera de que la competición de tiro con arco, en la que su padre ejercería de juez, comenzara por fin.

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