lunes, 27 de abril de 2009

Padre e Hijo ... o de cómo Robin coge el arco por primera vez

Robin saltaba feliz alrededor del salón. Su padre la había prometido que cuando volviese a Locksley le enseñaría a usar el arco para que pudiese acompañarlo la próxima vez que fuese de caza.

Su nana, en un intento de contener tanta energía infantil, casi se había desgañitado la garganta pidiéndole que se mantuviera quieto mientras a que su padre bajara de sus aposentos para la primera comida del día, e incapaz de conseguir sus objetivos, le había informado que una nueva camada de perritos había nacido cerca de los establos, hecho que llamó la atención enseguida del niño, quien antes de irse, le hizo jurar a su nana que le informaría a su padre donde se encontraba en cuanto bajara.

Su padre lo encontró observando con curiosidad infantil como los pequeños cachorrillos se peleaban entre ellos medio ciegos en un intento de conseguir alimento. Estaba apunto de llamar su atención cuando observó cómo tomó a uno de los cachorros que, empujado por sus hermanos, se había separado del cuerpo de su madre y movía su cabeza hacia los lados en busca de su objetivo perdido, para acercarlo de nuevo con el resto con sumo cuidado, consciente de que un mal movimiento podría dañar al animal.

Robin sonrió feliz al comprobar que el perrito había comenzado a succionar cuando levantó su cabeza y pudo comprobar que su padre lo esperaba a las puertas del establo, por lo que se dirigió hacia él con una rápida carrera que acabó cuando chocó con el cuerpo de su padre.

- ¿Listo para tu primera lección? – le preguntó su padre mientras que se agachaba a su altura y le revolvía el pelo como muestra de cariño.

El niño asintió con un movimiento demasiado efusivo de su cabeza.

Siguió a su padre hasta el patio de armas mientras que correteaba impaciente a su alrededor y tiraba de su brazo para que fuese más aprisa. El armero de su padre los esperaba en el patio mientras que sostenía un pequeño arco, comparado con lo que los que su padre solía utilizar, y un carcaj a juego en tamaño.

Unos días antes, cuando su padre le había hecho la promesa antes de marcharse, Gilbert, que así se llamaba el armero, le había tomado medidas, ocasionándole a menudo pequeñas cosquillas, cuando pasaba el cordel alrededor de su cuerpo; mientras que él y su padre discutían sobre cuales serían las medidas correctas para el arco.

Con curiosidad infantil pasó sus manos por la madera del arco, sorprendiéndose por la suavidad de la madera, muy distinta de sus espadas de madera que se astillaban con los golpes.

Su padre tomó el arco entre sus manos para comenzar con la primera lección: aprender a encordarlo. No era una tarea sencilla. Hacía falta más fuerza de la que podía poseer un niño de 5 años para poder doblar la madera lo suficiente para que tomara la curva y tensión adecuada, por lo que la primera lección se quedó en teórica con la firme promesa de que ensayaría como encordarlo sólo con la presencia de su padre o de Gilbert.

Con el arco encordado, Robin lo pasó entre sus manos, acostumbrándose a su peso y forma, como había visto que solía hacer su padre cuando Gilbert le entregaba algún arma por primera vez. Tomó una de las flechas del carcaj, los colores de las plumas eran de un color verde oscuro con pequeñas manchitas de color marrón y la punta de la flecha estaba protegida para evitar que hiciera daño a alguien si se desviaba de su destino.

Casi de forma natural, gracias a que había observado ávidamente los entrenamientos de los arqueros, tomo la misma posición que éstos al disparar, colocando correctamente la flecha entre sus dedos, siendo corregida la posición de su codo levemente por su padre.

- Ahora respira tranquilo. No tengas prisas por tirar. Olvídate de todo lo que te rodea, solo mira a la diana – le habló su padre mientras que se colocaba a su altura para poder tener la misma perspectiva de visión que él.

Robin sintió como si algún liquido caliente recorriese su cuerpo por dentro y cómo los latidos de su corazón se aceleraban, pero al mismo tiempo, no le constó esfuerzo ninguno centrar su atención en la diana que se encontraba al final del patio, podía distinguir claramente los colores que la componían, como si en vez de encontrarse a metros de distancia estuviese al alcance de su mano. De forma instintiva, movió ligeramente su posición y dejó soltar la flecha.

Apenas fue consciente del leve susurro que provocó la flecha al pasar por el aire. Sólo vio la cara de sorpresa de su progenitor cuando comprobó que la flecha se había clavado justo en el centro de la diana.

- ¿Lo hice bien? – preguntó Robin deseoso de que su padre lo elogiara.

- Ha sido un buen tiro. Sigue así y no habrá nadie en Inglaterra que pueda competir contigo – le contestó su padre mientras le volvía a revolver el cabello - ¿éstas listo para seguir practicando?

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